Fechas: Hasta el 21 de abril del 2019
Lugar: Sala Alcalá 31
Dirección: Calle de Alcalá 31
Comisario: Manuel Segade
Artistas: Varios
En 1928 el poeta y ensayista mexicano Jaime Torres Bodet,
en respuesta al cuestionario sobre el americanismo en el arte que la revista Avance realizó a intelectuales
latinoamericanos, afirmaría: “hay que confesar que el arte latinoamericano no registra aún características personales
capaces de definirlo, de aislarlo entre los demás. Hallarlas será nuestra
misión”. A casi noventa años de esta aseveración y aún disperso el perfil del
arte latinoamericano fue inaugurada la exposición Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a
la calle y gritaran, llenarían el mundo, comisariada por Manuel Segade e
instaurada dentro del marco de actividades de Arco Madrid 2019 con Perú como
país invitado. Buscando reformular pactos históricos y políticos de un pasado
colonial con las venas abiertas, el discurso expositivo se establece a partir
de la ambiciosa hipótesis que asegura “la importancia central del arte
latinoamericano en la construcción de la tradición selectiva que define el arte
contemporáneo en España”. Acogido en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de
Madrid, el relato se constituye como una mirada catalográfica a la obra latinoamericana
presente en las colecciones de la Fundación Arco y CA2M, a partir de vertientes
temáticas propias de la actualidad que oscilan en torno al esquema centro-periferia; núcleos discursivos en una continua disyuntiva como la hegemonía
y la subalternidad, la modernidad y los microrrelatos, lo público urbano y la
intimidad doméstica o los flujos coloniales y las resistencias descoloniales.
Desde esta perspectiva el imaginario artístico reflejado en
la exposición cuestiona la unidad territorial que lleva consigo la idea de un
arte latinoamericano, sosteniendo un discurso heterogéneo, global y
trasfronterizo con la participación de artistas de la segunda mitad del siglo
XX, provenientes de distintas geografías de Abya Yala, como lo son Gabriel Orozco, Yoshua Okón, Jesús Soto, Ana Mendieta,
Mariana Castillo, Carlos Garaicoa, Óscar Muñoz, Francis Alÿs, el dúo Rometti
Costales, Sandra Cinto o Martín Sartre, entre otros. Con disciplinas de diversa
índole que van desde la fotografía, el videoarte, el arte público, la
instalación, el arte escenográfico, la instalación, etc., la organización
espacial se articula en dos niveles expositivos que provocan intencionadamente
un juego de jerarquías entre las obras de la nave central y las naves
laterales, el primer nivel (artistas de trayectoria consolidada) y el segundo
nivel (artistas más jóvenes), el telar de la surrealista argentina Leonor Fini
y el resto de las obras
Son dos las
piezas fundamentales para dar con el engranaje que abre y cierra el recorrido.
La primera es la ya mencionada Sonata
(1957) de Leonor Fini, cuya estética simbolista y fantástica se impone
colosalmente sobre la totalidad de la sala. Un resurgimiento que la coloca esta
vez en frente de la tradición canónica del arte occidental, pues casi queda enterrada
en cenizas al haber sido exhibida por última vez en el velatorio de Antonio el
bailarín, en febrero de 1996. La segunda pieza, por otra parte, redefine el
espacio temporal de la sala como un lugar sincrónico. En From Here to Eternity (2013), los artistas Jorge Macchi y Edgardo
Rudnitzky exteriorizan con dos proyecciones en loop superpuestas que no existe un inicio sin un fin ni tampoco un
fin sin un inicio, que la eternidad no es para toda la vida y que el pasado y
el futuro sólo son causa de un presente en tránsito. La dispersión metafórica
del tiempo desconfigura las narrativas predefinidas, para generar nuevas
lecturas sobre las cuales la perspectiva descolonial y el papel de la mujer son
ejes transversales en el enclave que configura un arte actual concerniente al
circuito iberoamericano.
Para quien no se las cree hijos de
puta (2010) de Teresa
Margolles destaca por la crudeza que representa este bordado tejido por
artesanos que fueron testigo de un homicidio causado por la guerra contra el
narcotráfico en México, la textualidad de las palabras retumba en quien las lee
por ser la marca de una de las víctimas que dejó el sangriento altercado. Al otro
lado de la sala vislumbra El paraíso
(1997) de la colombiana Beatriz González, cuyo contenido muestra a una mujer
indígena con las manos en el rostro, dotando de teatralidad al lienzo con el
llanto que derrama debido al despojo territorial de los pueblos originarios
causado por la maquinaria multinacional. La dialéctica producida entre el Archivo de Indias (1996) de Los
Carpinteros y el Obelisco transportable de
Damián Ortega responde a este mismo complejo con dos esculturas yuxtapuestas
una a la otra. Por un lado, se visibiliza mediante una palmera de madera la explotación
de los recursos naturales y el tráfico de personas en el Atlántico negro, por
el otro se contrapone el emblema del colonialismo por antonomasia en forma de
obelisco.
En palabras
de Segade, la muestra “desmonta lo exótico para volverlo propio”, ya no
tratando de forjar una definición del arte latinoamericano sino de construir
una anécdota que traspasa límites geopolíticos para subvertir lo individual
y convertirlo en universal. Diría Graciela Speranza en el Atlas portátil de América Latina, “aquello que el mapa corta el relato
lo atraviesa”.
Rodrigo Montaño Hernández
Muy bien. Me gusta cómo has reflexionado sobre las dicotomías del arte, la vanguardia y el colonialismo.
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