Título: Bernardí Roig. Todos los icebergs son negros. Films 2000-2018.
Artista: Bernardí Roig.
Comisaria: Nekane Aramburu.
Lugar: Tabacalera. Promoción del arte. Calle Embajadores, 51, Madrid.
Fecha: 8 de febrero de 2019 a 31 de marzo de 2019.
Tabacalera acoge esta temporada la exposición que aúna toda la producción audiovisual del artista mallorquín Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965), venida del museo Es Balluard —realizada tras la donación de todos sus videos por el artista a la citada institución— y comisariada por Nekane Aramburu. Así la muestra se presenta como una oportunidad de observar la obra en vídeo de uno de los artistas españoles más reconocidos internacionalmente y de mayor prestigio, cuya producción audiovisual se imbrica de manera orgánica con el resto de su producción, funcionando como un todo.
El artista se apodera del espacio y tal comunión entre el léxico de sus vídeos y el entorno fluye sin trabas, originando un resultado sobrecogedor: las ajadas paredes de Tabacalera suponen no solo el escenario adecuado para estos videos, sino que, mediante su inclusión en tal medio, se completan y desarrollan, acrecentándose así su atmósfera cargada y oscura. Por ello, museográficamente hablando, la presente muestra exuda una coherencia y una conexión con el lugar sin parangón, una unión orgánica entre contenido y continente. Condiciones irremediablemente dadas, como la temperatura de la sala o el eco, contribuyen a una experiencia sensorial que traspasa los límites asépticos de una exposición al uso, teniendo como resultado una inmersión total en el desasosegante mundo de Roig.
En el momento de adentrarnos en este microcosmos audiovisual, de gran complejidad teórica, se ve la gran coherencia y el grado de reflexión encerrado en sus vídeos. El ojo parece articular todas sus problemáticas, siendo un punto de partida catalizador para la reflexión: la mirada, la imposibilidad de ver, la luz como ceguera, la ceguera como lucidez, el voyeurismo. Los videos de Roig problematizan, a mi juicio, quién es el sujeto que ostenta la visión, cómo hace uso de ella, qué proyecta sobre su contenido y qué consecuencias tiene. Sin embargo, no estamos ante un ojo neutro, sino ante un ojo eminentemente masculino, voraz en su deseo, torrencial en la sexualización que proyecta. En esta caso, Bernardí, no estás hablando de tus obsesiones: estás hablando de tus miedos; de un personaje con el predominio de una mirada hegemónica que voraz se proyecta sobre el objeto filmado: la mujer.
El hombre en los videos de Roig se convierte así en el sujeto rector, agente de la mirada: es el único que la posee. Una mirada activa, masculina que se construye en contraposición a la hipersexualización de la mujer, que es transmutada en el objeto sexual, en receptáculo de la mirada. Si ya Laura Mulvey afirmó que la cámara arroja siempre una mirada masculina y el espectador asume en connivencia esa posición, en la producción de Roig se reproduce de manera exacerbada. Todos los cuerpos femeninos que pueblan sus videos son definidos por su potencia sexual, reproduciendo en todos ellos el mismo prototipo físico de mujer: aquella vinculada con el mundo del streaptese, el mundo del trabajo sexual, siempre al servicio del disfrute del hombre. Esta condición se ve afirmada no solo por su (escasa) vestimenta —que es lo único que pasa a definir el cuerpo femenino—, sino además por la propia filmación formal, que reproduce este punto de vista mediante la fragmentación del cuerpo, fetichizando ciertas partes, como los pies enfundados en altísimos tacones o las piernas cubiertas por medias. Esta fragmentación y relegación de la mujer a ese plano exclusivamente sexual supondría para el artista una suerte de alivio, una manera de canalizar sus impulsos en una mujer que ha preferido compartimentar ante su miedo a su agencia: la única posibilidad de asirla es reducirla a ser catalizador y receptáculo de la pulsión masculina. Miedo y negación de su compresión: tan solo el confinamiento de la misma a una constante otredad.
Bernardí Roig, Leidy B., 2002.
Esto queda también enfatizado con el prototipo iconográfico bajo el cual la mujer aparece representada: una suerte de nueva femme fatale, moderna y transmutada, que podemos ver en vídeos como Cuidado con la cabeza (El baño de Acteón) (2016) o Repulsión Exercises (Salome) (2006), donde estas mujeres cortadas y fragmentadas, orinando sobre cabezas de hombres, entroncarían con toda una estirpe de mujeres fatales, sexualmente activas, cuya perversión llevaría a la perdición al hombre, indefenso ante tal potencia. Serían las mismas figuras iconográficas, utilizadas por los pintores del siglo XIX —Salomé, Diana, entre otras— , las que encarnaron este mito de mujer hasta el extremo y que Roig parece utilizar una y otra vez.
Bernardí Roig, Cuidado con la cabeza (El baño de Acteón), 2016
Esto se contrapondría al tratamiento de la figura del hombre que nunca es sexual. Los únicos momentos en los que el hombre aparece en una clara agencia sexual, véase el video Leidy B (2002), este aparece con la cabeza vendada, impersonalizado, imposible de ligar a una identidad concreta y definida con el sexo que está siendo performado: así, el hombre sin rostro se vuelve un maniquí anónimo. Paralelamente, esa ausencia de la cabeza provocaría que el espectador masculino se colocara en su sitio, facilitando la identificación. Aquí el hombre no es un otro: es su lugar para la acción.
En suma, esta exposición supone una penetrante introducción a todas las filias y obsesiones de Roig; un camino tortuoso pero estimulante, donde nuestra posición como espectadores se ve sacudida, trastocada, violentada, pero, ante todo, interpelada. Regocijémonos en esta incomodidad revulsiva. Cuestionemos nuestros privilegios a través de lo filmado.
F. Javier Jiménez Leciñena
Muy bien.
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