Artista: Joaquín Risueño
Galería Leandro Navarro, calle Amor de Dios, 1 (Madrid)
21 de febrero - 12 de abril, 2019
El filósofo Gianni Vattimo reflexionaba en El fin de la modernidad acerca de la "desrealización del mundo". El espectro de la posmodernidad por el que en demasiadas ocasiones nos dejamos embriagar, ha conseguido elevar el grado de exigencia de nuestros sentidos. Fascinados por lo virtual y tangible que se ha tornado actualmente la ficción, llegamos a replantearnos si acaso el fenómeno posmoderno ha agotado el realismo. Permítanme la redundancia pero, nada más alejado de la realidad.
Joaquín Risueño (Madrid, 1957) vuelve cinco años después a la galería Leandro Navarro, aunque en este caso sus obras no solo han abierto de par en par la ventana a lo real, sino que la propia realidad ha sobrepasado los límites, cruzando el umbral para mirarnos directamente a los ojos. El entorno, lo íntimo y lo familiar han formado parte del vocabulario artístico de los realistas desde que las generaciones formadas en torno a los 50 en la Escuela de San Fernando dotaran de gran personalidad al movimiento. Como referencias clave para él y sus contemporáneos, Risueño mantiene dos años después la misma verosimilitud y precisión del trazo que sus precursores. A pesar de ello, la aproximación realista se funde en sus obras con las formas apenas abocetadas del cabello o las manos, deshaciendo con elegancia el detalle y rompiendo así cualquier estatismo que pudiéramos presuponer a las figuras.
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Joaquín Risueño, Lucía de perfil y Lucía de espaldas, óleo sobre lienzo, 2018 |
La cuestión de "el pintor y la modelo" que titula la exposición se conforma como una de las temáticas más reiteradas a lo largo de nuestra historia, presente en la producción de numerosos artistas. La modelo es en este caso Lucía Risueño, hija del pintor y artista como lo han sido cientos de modelos a lo largo de esta tradición. Desde Thomas Gainsborough, Rubens o Sorolla, pasando por el propio Antonio López, numerosos artistas han acudido a través del retrato filial a estas "pequeñas" compañeras de la vida del pintor, convertidas en protagonistas de un imaginario artístico a través del que les dan vida de nuevo. Las obras que surgen de este binomio pictórico suelen dejar en manos de nuestra imaginación la concreción del rostro del artista, sin embargo, Risueño acompaña a su hija en la exposición a través de una sala dedicada a su propio autorretrato. Aunque la propia Lucía nos sitúa en la posición y mirada del pintor con la que se cruzaría durante la ejecución de la obra, la estrecha relación existente entre ambos se materializa de manera entrañable en el espacio expositivo.
En su conjunto, los retratos conforman un recorrido organizado en la galería en base a la técnica, sumergiéndonos en primer término en la precisión del carboncillo, y generando una brillante ruptura transicional en el espacio a través del autorretrato escultórico del artista. Junto a la excepción y el viaje temporal que supone esta obra que nos traslada a la estatuaria clásica, gran parte de las obras apuestan por la representación del cuerpo íntegro en unas dimensiones que exceden el marco de lo real. Lejos de tratarse de un simple estudio anatómico que analiza la figura de frente y de perfil, los desnudos, carentes de una narratividad que ni pretenden ni precisan, desbordan naturalidad. Sin embargo, cuando suponías que la muestra no podía mejorar, el recorrido concluye viendo cómo los cuerpos y la propia modelo quedan inundados por un colorido realmente radiante. Destaca en este sentido la verosimilitud de las carnaciones, en las que el artista se aproxima sutilmente y a través del óleo al encuentro que tiene lugar entre la luz y una piel casi transparente. La pose que adoptan los cuerpos en esta última sala, conduce y guía la mirada del espectador, haciéndonos girar casi del mismo modo que lo hace la retratada.
Podríamos deducir que la exposición está compuesta por una escultura y diversos dibujos o pinturas, sin embargo, no es del todo cierto. Joaquín Risueño pinta casi como si esculpiera, haciendo que la presencia y volumen de las formas desafíen la plenitud de la pincelada. Sin dibujo preparatorio y conservando, en sus palabras, "el riesgo de no poder dar marcha atrás", el artista sitúa la figura en un fondo completamente blanco, trascendiendo el mínimo atisbo de encarnación y convirtiendo la obra en todo un trampantojo escultórico. ¿Acaso no puede lo cotidiano convertirse en extraordinario?
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Joaquín Risueño, Lucía de perfil, carboncillo sobre papel, 2017 |
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Joaquín Risueño Autorretratos en mármol y carboncillo, 2017 |
Podríamos deducir que la exposición está compuesta por una escultura y diversos dibujos o pinturas, sin embargo, no es del todo cierto. Joaquín Risueño pinta casi como si esculpiera, haciendo que la presencia y volumen de las formas desafíen la plenitud de la pincelada. Sin dibujo preparatorio y conservando, en sus palabras, "el riesgo de no poder dar marcha atrás", el artista sitúa la figura en un fondo completamente blanco, trascendiendo el mínimo atisbo de encarnación y convirtiendo la obra en todo un trampantojo escultórico. ¿Acaso no puede lo cotidiano convertirse en extraordinario?
Esther Romero Sáez
Me gustó mucho más tu presentación en la galería. La crítica es excesivamente almibarada, muy tradicional, hablando de carnaciones y de "realismo", sin cuestionarse en absoluto lo problemático de dicho complejo.
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