Título de la exposición: París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968
Muestra colectiva
Comisariado: Serge Guilbaut
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, calle de Santa Isabel, 52 (Madrid)
21 noviembre 2018 - 22 abril 2019
André Breton escribía en el primer manifiesto surrealista que “la continuidad de la vida ofrece altibajos demasiado contrastados para que los minutos de depresión y debilidad tengan el mismo valor que los mejores minutos”. En este sentido, poco más que la nacionalidad francesa compartiría con el comisario Serge Guilbaut, que a través de la exposición París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968 acude, no a unos minutos, sino a dos de las décadas de mayor “depresión y debilidad” de la historia parisina, para dotarlas de tanto valor como cualquier otra.
El Museo Reina Sofía (MNCARS) apuesta por una muestra realmente extensa, con más de cien artistas que despliegan un repertorio diverso de estilos y técnicas. En ella presenta la evolución del panorama artístico parisino, mediante diversas líneas discursivas que se cruzan dentro de la unidad del periodo y el espacio expositivo. De este modo, Guilbaut retoma un proyecto que ya planteara junto a Borja-Villel en el MACBA, conformando toda una exposición de tesis en la que el libro De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno dialoga con las obras de vanguardia realizadas tras la Segunda Guerra Mundial. La escena parisina de posguerra y Mayo del 68 son los dos hechos que enmarcan de principio a fin un relato en el que se apuesta por un criterio histórico para la disposición de las obras en el espacio. Desde Kandinsky a Godard, el comisario propone un recorrido a través de doce salas que nos sumerge en la experimentación geométrica de Carmen Herrera y el arte cinético de Tinguely o Vasarely, pasando por el surrealismo, el pop art o los collages escultóricos de Shinkichi Tajiri.
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Enrico Baj, Al fuoco, al fuoco (1963-64) |
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Antonio Berni, Juanito va a la ciudad (1963) y Erró, The background of Pollock (1966-67) |
El discurso expositivo se articula en torno a dos líneas: la reivindicación de los artistas extranjeros en París, y el conflicto entre la mítica ciudad de la luz y una pujante y cohesionada Nueva York. Uno de sus puntos fuertes es precisamente el dar a conocer artistas que han quedado al margen de un relato hegemónico que Guilbaut pretende cuestionar: “nada es tan simple como una sucesión de tendencias”, afirma el comisario. Para ello, parte de la idea de que en su pretensión de generalizar, el discurso histórico construido a posteriori aparece irremediablemente plagado de omisiones, rupturas y discontinuidades. Robara Nueva York la idea de modernidad o la tomara prestada, la muestra conforma en torno a esta tesis un imaginario artístico que nos permite ir mucho más allá de Picasso y las vanguardias que todos conocemos. En este sentido, podríamos interpretar la exposición como un intento de replantear los clásicos y hegemónicos relatos eurocénticos, aunque ¿realmente alguien habría reparado en la relevancia de Khadda, Zao Wou-Ki o Karskaya de no ser por su vínculo con París?
El crítico Michel Florisoone incidía ya en 1945 en la relevancia de estos artistas para la ciudad, afirmando que el genio francés necesitaba a los extranjeros para funcionar. En cierto modo, considerarían esta ola de inmigración artística como una oportunidad para renovar la Escuela de París en la que todavía confiaban críticos como Michel Tapié, apostando por un art autre; un ansiado París autre que conformara un nuevo estilo para esta nueva época. El relato visual planteado evidencia cómo la tradición y continuidad vanguardista parecían haberse esfumado con la guerra, sumiendo a la ciudad en una prueba de fondo y velocidad por mantener la hegemonía cultural que hasta entonces había ostentado. En relación a esta idea, una de las constantes de la muestra es precisamente su pretensión por traducir, a ritmo de jazz, el desencanto colectivo de la ciudad en todo un renacimiento parisino. En las salas del museo confluye por tanto la inmensa amalgama de personalidades artísticas y culturales que dotaron a una ciudad sumida en la desolación, de cierta efervescencia artística.
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Shinkichi Tajiri, Lament for lady (for Billie Holiday), 1953 junto a Haywood Bill Rivers, Tailor shop - The drape maker (1948) |
Por suerte o por desgracia, ni la exposición ni tampoco la historia terminan en los sesenta como comenzaran en los cuarenta: el utópico americano en París de Minnelli acaba por asumir de la mano de Godard la imposibilidad de escapar de la acechante sociedad consumista que representan Arroyo o Antonio Berni. A pesar de que Guilbaut se enfrenta al propio Greenberg en su declaración de la supremacía artística norteamericana, la ciudad de la luz soñaba por entonces más que nunca con el mítico american dream. Quizás lo más brillante de París pese a todo no sea la propia París, sino el hacernos reflexionar en torno a quién ostenta el poder de legitimar el carácter internacional del arte. Componiendo una narración desde los márgenes y las discontinuidades, consigue hacernos reparar en la importancia de narrar la historia desde el plural: ¿existe realmente en alguna época un lenguaje universal? ¿o consideramos como tal el único del que nos han hablado? De modo similar a como hiciera Tajiri en sus collages escultóricos, Guilbaut termina por componer con la exposición todo un poéticoart brut, una elegante pieza a partir de los fragmentos de lo que algún día resplandeciera.
Esther Romero Sáez
El análisis histórico, político y sociológico es aquí más pertinente que nunca. Incluso para entender la presencia del Jazz. La historia de la posguerra y la llegada de las tropas aliadas a Francia no son meras anécdotas.
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