TECNOLOGÍA,
FUEGO Y ARTESANÍA
Artista: Urtzi Ibargüen
Título de la exposición: No hay incendio sin
cenizas
Espacio: Galería Blanca Soto
Dirección: C/ Almadén, 13
Fecha: 7 marzo- 16 abril, 2019
Cuando
Fibonacci describió la sucesión que lleva su nombre, se encargó de extrapolarla
a casi todo concepto de la naturaleza: lo vemos en las flores, en las plantas,
en las caracolas del mar, en algunos animales… Una matemática que desborda toda
la sistematización académica, uniéndose a la naturaleza para crear apariencias
puramente orgánicas, amables para la vista y comprensibles para la mente.
Urtzi
Ibargüen (Errenteria, 1978) juega con un concepto similar, sin embargo él asume
la cara inversa de esta moneda; investiga formas geométricas, alejándolas
completamente de la naturaleza. Apariencias diversas, totalmente distintas y
ligadas a un entorno tecnológico dado por la ausencia de trabajo manual en
detrimento del trabajo de la máquina. Esta idea es la presentada en No hay incendio sin cenizas (7 marzo –
16 abril, 2019), en la galería Blanca Soto. Las obras, procedentes del proyecto
Estudio formal de un mosquetón francés,
le granjearon la Beca de Arte Casa Velázquez en 2018. Su trabajo investiga esa
relación entre formas naturales- formas de artificio, bebiendo directamente de
la tradición marxista de ‘lucha’ contra el culto a la máquina.
Marx
escribió “Fragmento sobre las máquinas” en 1858. Dicho estudio sirve como pilar
fundamental de inspiración para el artista a la hora de investigar sobre el
concepto de máquina creadora, sobre el concepto de dato. Por ello la apariencia
de sus obras resulta tan extraña: no son creadas por la mano del hombre –de quien
podemos argumentar cierta creatividad-, sino que nacen de un complejo sistema
de datos, una proyección en tres dimensiones hecha y creada por un ordenador.
Si bien es el artista quien funde el material para crear la pieza, ensamblando
las mismas [la máquina no permite crear un molde completo], en este caso es él
quien actúa como máquina ensambladora. La paradoja se presenta en el
pensamiento marxista: el hombre tan solo supervisa un ordenador, su función se
ha visto relegada a la de un mero observador con escasa intervención.
En
esta línea, las esculturas creadas mediante datos se asemejan de peligrosa
manera a naturales curvaturas plausibles de ser observadas en el mundo
sensible. Las fotografías que enmarcan el espacio muestran una relación directa
con elementos puramente humanos: columnas asemejadas a un palacio, escaleras de
una casa… pareciendo querer establecer una desoladora metáfora sobre cómo lo
digital irrumpe en lo humano. Resultan inquietantes, pues se ve cómo de manera simple
y coherente, encajan a la perfección en dichos escenarios, como si aquel fuese
su lugar. La interrupción de lo digital en lo humano, fragmenta la realidad
encauzándola hacia una nueva dirección: el poder de la máquina.
Esta
punzante idea se refleja en forma de perpetuidad; la escalera, las columnas han
sido creadas para perdurar en el tiempo, un símbolo no de uso, sino de
inmutabilidad de la creación humana en tanto busca existir y quedar. Las obras
de Ibargüen son contrapuestas al ser creadas con materiales desechables en lo
que llama “piezas bastardas”. Son así en tanto descontextualizan por completo
el objeto originario de su creación –cerámica, bronce- en una nueva naturaleza
estética e instalativa, la cual no responde al uso del material utilizado en su
elaboración.
Todo
esto nos lleva a pensar en la proliferación de la maquinaria no como algo
negativo, sino como imparable; un mundo necesitado cada día más de la
intervención de un ser tecnológico [móvil, Internet, Big Data], creado por mano
humana a base de datos y que, paradójicamente, la va sustituyendo cada vez más,
inundando los procesos de fabricación, creación y pensamiento. El ser humano,
tal como temía Marx, se ve volcado a una inexorable necesidad de dependencia
hacia ese monstruo creado para satisfacer sus deseos, el cual abarca todo con insaciable
hambre voraz. La revolución tecnológica despertó nuevas maneras de hacer,
nuevas maneras de creación como una suerte de fogoso Prometeo. Sin embargo
alimentamos tanto ese fuego que lo hacemos imparable.
No hay incendio sin cenizas narra la historia de ese fuego en forma de revolución
tecnológica: su nacimiento, evolución y los posos que deja tras de sí.
Podríamos hablar de esas cenizas como rastro dejado por el anterior modo de
vida, por la destrucción de los modos de creación artesanal, por la
desaparición de manos creadoras que insuflan vida a sus obras. Sin embargo, el
discurso de Ibargüen avasalla a sus obras, dejando a la representación plástica
relegada a un segundo lugar; obras que, en un primer momento, parecen no querer
contar esa historia hasta indagar profusamente sobre ellas. Las cenizas bien
pudieran ser su representación, pues su investigación reluce con esa fuerza que
la tecnología adopta como suya, inundándolo todo.
Esto
nos hace pensar en nuestra realidad, en nuestro modo de vida. En cómo, al igual
que Fausto, hemos vendido nuestra alma a un terrible dios tecnológico que
abrasa nuestro mundo allá por donde va, dejando la humanidad [lo que resta de
ella] reducida a un daño colateral en forma de simples y vacías cenizas.
Muy bien. Demasiada épica para tan pobre exposición.
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